Hace tiempo que la Plaza Real perdió sus señas de identidad, si es que las tuvo. En los años en que Canorea y Barrilaro se inventaron el "lote de entradas conjuntas" al 50% de descuento, se fomentó la afición entre nuestros vecinos. Nacieron peñas taurinas en El Puerto y alrededores, los jóvenes se acercaron a los toros, y surgieron muchos aficionados. Esto motivó que en la plaza existieran grupos contestatarios que protestaban al toro abecerrado, estocadas en los sótanos, orejas sin valor y cualquier detalle que pudiese manchar la solera y buena fama de nuestra plaza. Hoy día, hemos llegado a todo lo contrario. Existe un público cambiante, con exiguos conocimientos taurinos, que en muchas ocasiones -cuando torean las figuras- van al acto social, y que ni siquiera saben distinguir el capote de la muleta. Además suelen venir con la lección bien aprendida. Hay que indultar algún toro. Y todo esto no hace más que devaluar los triunfos. Pues, ¿quién se acuerda de la actuación de Sebastián Castella? Sin embargo, abrió la puerta grande, llamada así por su tamaño, más que por su categoría.

La temporada recién concluida, no ha hecho más que confirmar la deriva que lleva la Fiesta. Ganado bien presentado cuando torean los modestos, y encierros infames cuando lo hacen las figuras. Algo normal por otra parte, pues El Puerto, nos guste o no, se ha convertido en una plaza turista -con pinchitos morunos y pastelitos rulando por los tendidos incluidos-, donde hay que pasar el trámite, porque un triunfo o fracaso en este ruedo, no tiene mayor importancia. Claro que, para fracasar en esta plaza, hay que pegar un gran petardo, ya que este público bonancible premia con aplausos hasta los desarmes, por no hablar de esos espadazos en los costillares que últimamente se prodigan por estos lares.

Tuvo que venir un novillero, Borja Jiménez para dar una lección de pundonor y de querer ser alguien en esto del toro, ya que las corridas de toros sólo tuvieron destellos de Finito de Córdoba, quien sorprendió por su actitud, y Manzanares, quien sin apreturas, consiguió un triunfo más de cara a la galería que para el aficionado. Capítulo aparte merece Antonio Ferrera, torero que pasa por un buen momento y al que deseamos verle sin el vendaval de levante que hizo la tarde de cierre del ciclo. También destacaron los noveles José Garrido y Lama de Góngora, con indulto incluido, aunque el novillo fuese directo al matadero.

Mal anda la cabaña brava, y a pesar de los triunfos en clave torerista, la situación por la que pasan algunas ganaderías es preocupante. En el capítulo ganadero poco puede destacarse, tan sólo la presentación de las corridas de Torrealta y Fuente Ymbro, y pare usted de contar. Si falla el pilar fundamental de la fiesta, flaco favor nos hacemos. Si a ello añadimos los mono puyazos, ¿en qué se va a convertir el espectáculo? Se ha instaurado un sentimiento animalista contra los varilargueros de manera que tras el encuentro de caballo y picador, el público comienza a gritar desaprobando la suerte. Incluso a ello contribuyen algunos toreros como el Fandi quien pidió el cambio de tercio mientras el toro se arrancaba al caballo.

En resumen, esta falta de identidad propiciará que la próxima temporada sigan repitiendo toreros como Ponce y Talavante, o ganaderías como Zalduendo, porque ya se sabe quién manda en esto. Ardua tarea auguramos a la nueva empresa, para conseguir que los aficionados vuelvan a llenar los tendidos, y a ver si así, recuperamos las señas perdidas.

Daniel Pérez Lorenzo
   Septiembre 2014