Juan José Zaldivar Ortega

Juan José Zaldivar Ortega

Dr. en Medicina veterinaria y zootecnia

05 Mayo 2005

¿Conocen los “abolimaníacos” algo del pasado taurino?

Tal vez serían muy atrasados, muy brutos y muy lo que se quiera, pero el tema era cuestión de sensibilidad, de gusto y de arte, de emoción y de profunda religiosidad. Si los “abolimemos” tuvieran una ligera idea de la cultura que encierra el toro y la fiesta brava, se taparían la boca para no caer en tantas estupideces. Se cuentan, por ejemplo, con datos bien documentados, de que en la ciudad de Ávila, el año 1080, con motivo de la boda de don Sancho de Estrada con doña Urraca Flores, que fue concertada por el obispo de Oviedo don Pelayo, se celebró una corrida de toros en el coso de San Vicente. En ella, los nobles y otras gente de a pie lidiaron seis toros bravos y esquivos con, naturalmente, gran solaz e folgura de los que tal oteaban, que es lo mismo decir, con gran alborozo y diversión para los espectadores. La costumbre del toro nupcial y en plazas de toros es sin duda mucho más antigua, tanto como puede serlo la de correr toros por las calles de las villas y ciudades; pero los historiadores de Ávila han sido más cautelosos que los de otras villas.

Las corridas nupciales -por cierto, muy extendidas por todo el territorio peninsular desde tiempo inmemorial-, llamaron poderosamente la atención de A. Álvarez de Miranda, que le dedica sabrosas páginas en su admirable libro Ritos y juegos del toro. El vínculo con la sexualidad era más directo en los festejos rurales. Y cabe preguntarse: ¿Qué es lo esencial de la corrida que llamamos moderna? La gracia frente al peligro, la inteligencia venciendo el ímpetu furioso de la noble y brava bestia. Ante el toro nupcial, como en el de San Marcos –a esta dedicaremos una o dos entregas- se ensayaban suertes del toreo con garbo, con galanura, con romanticismo. Todavía parece prematuro hablar de “arte”; si bien es cuestión de sensibilidad. Desde luego, se pone en práctica una idea que el maestro Francisco Arjona Herrera (Cúchares) tenía muy en cuenta: “De todas las suertes, la más importante es que no le coja el toro a uno.” Es preciso compatibilizar esta sabia máxima con otra: “Para torear y casarse hay que arrimarse”,… para ser abolimemo sólo dejarse.

Tratar de abolir la Fiesta Brava a los andaluces es tarea imposible. En nuestros genes debe haber alguno que nos impulse hacia la admiración, el respeto y el cariño a la Fiesta Brava, haciéndonos vibrar de emoción nuestro espíritu religioso al ver la artística lidia de un toro. Tenemos al orgullo de saber que el origen de las Fiestas de Toros está en Andalucía. Ya lo dejó escrito el gran Fernando Villalón, en los primeros capítulos de su Taurofilia Racial. Su pensamiento se vistió de un lujo imaginativo muy andaluz, del que carecen los abolimaníacos. Dejemos que el mundo de los refinados tartesios lo cuente él y nadie más que él. Un día pisó el gran poeta sevillano y ganadero de escasas virtudes, con sus botos camperos, el suelo lacustre de la marisma rociera y exclamó: “Fue aquí, exactamente aquí, donde tuvo su origen el toreo.” Y añadió: “El mundo consta de dos partes: Cádiz y Sevilla.” Se refería, claro está, al mundo civilizado. Entonces, vascos y catalanes vivían cubiertos con taparrabos en las montañas, en los primeros años del siglo XIV, cuando se fundaba la capital de los aztecas, elegantemente vestidos (año 1325).

Y es que Villalón cita también a nuestra Tacita de Plata, porque en la evolución del toreo son fundamentales los sonidos y olores de la Bahía de Cádiz -que son especialmente aromáticos en los mariscos y pescados servidos en el famoso Restaurante “Casa Flores”, de El Puerto de Santa María-, ya que ella comenzaron a sonar las castañuelas entre los dedos de una “romana de Cádiz” –como lo pudo ser de una romana de Cartagena-, bailaora de gracias remotas, de cintura cimbreante. Lo afirma el historiador hispano-romano Marcial: “Telethusa tortura y consume a su antiguo amo; él la compró en otro tiempo como esclava y hoy la rescata como querida.” Con los años, nos lo explicará la música de don Manuel de Falla, tan gaditano como juncal Telethusa.

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Juan José Zaldivar Ortega
El Puerto 5 de mayo 2005



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